Ulises Fonseca
“Es la primera vez que alguien me arrima las nalgas y lo peor es que no me grabaron”, dice entre risas uno de los asistentes al Festival del torito de petate de
Estación Queréndaro, luego de que una maringuía se le acercara para hacerlo partícipe de la celebración.
El evento en cuestión fue un torbellino de música, risa, desenfado y mucho color, generado la noche de este martes por personas disfrazadas de los personajes típicos del festival: viejos y maringuías, danzantes eufóricos en torno a los toritos de petate, creaciones que fueron desde lo más tradicional hasta lo más estrambótico.
Quizá en este punto resulte necesario hacer una aclaración para evitar confusiones, en el sentido de que
Estación Queréndaro es una comunidad perteneciente al municipio de Zinapécuaro, muy cercano al lago de Cuitzeo, del que por cierto, todavía obtiene pesca. Por supuesto, por razones históricas y comerciales la comunidad está conectada con su hermano homónimo del sur: Queréndaro.
Pero lo anterior es harina de otro costal, ya que el tema de este texto centra su interés en una de las tradiciones que mayor identidad le otorga a Estación Queréndaro: el
Festival del Torito de petate, un carnaval animado que se desarrolla en dos etapas, una caminata a través del poblado, mientras que la otra es el espectáculo central.
Entonces, cada uno de los toritos, grandes y pequeños, van por un camino cercado por árboles y las líneas del ferrocarril hasta los linderos del pueblo para luego dar la vuelta y seguir justo al otro lado de la vía, para hacer partícipe a la mayor cantidad posible de personas en el pueblo y llegar así al sitio que fungirá como centro de la celebración, unas canchas de básquetbol adaptadas como espacio común.
Ahora, bien podría señalarse lo comentado por uno de los habitantes de la comunidad, en el sentido de que el municipio tiene arrastrando la promesa de construir una plaza central, cosa que todavía no ha realizado. Pero, como se diría coloquialmente en Morelia, los pobladores no se “agüitan” ante esa falta y por ello adaptaron las canchas para
celebrar el Festival, que a diferencia de otros lugares, no incluye competencia entre toritos.
¿Por qué razón es de ese modo?, para responder a esto, José Antonio Rico Rodríguez, quien es uno de los organizadores, dijo que si bien hay competencias en otros lugares, entienden que esto “provocan riñas, entonces lo que hacemos es presentar los toritos a la gente en una primera función; en una segunda bailada cada toro saca un show y en la tercera se realiza la matanza del torito, o sea que entran, dan una bailada y hasta algunos le ponen pintura para simular la sangre”.
Ahora bien, para hacer posible el recorrido inicial y el espectáculo, Rico Rodríguez explicó que hay una especie de comité con tres integrantes: “nos organizamos y cada quien tiene diferentes partes, uno en el desfile, otro en el evento principal y otro más para coordinar las danzas”.
Rico Rodríguez también es parte del equipo que realiza el torito llamado
“El lucero del valle”, teniendo compañero como
Isidoro Reyes Maldonado. Fue éste último quien relató que el mencionado torito
“ya tiene más de 32 años y ha participado en la Kuinchekua, en el Festival Cervantino de Guanajuato, en el Festival Revueltas de Durango y en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México”.
Se trata de una figura que sigue la tradición al pie de la letra, pues como expuso Reyes Maldonado,
“El lucero del valle” está hecho con papel de china y crepé, es de vara petate,
“me ha costado trabajo conservarlo, pues a los muchachos no les llama la atención este torito, los que me acompañan ya son grandes como yo, que tengo 48 años; también las maringuías salen a la antigüita, además, nosotros no traemos apache como en Morelia, sino un viejito”.
Asimismo, Reyes Maldonado refirió que hacer un torito tradicional implica una inversión de entre 200 y 500 pesos, por su parte, los que incorporan más diseños, materiales y leds requieren un desembolso de hasta 8,000 pesos.
El origen desconocido
¿Cómo surgió la tradición?, en realidad todavía no hay una respuesta que despeje las brumas de la leyenda, pues como externó la
directora de cultura de Zinapécuaro, Adela Hernández Salinas, “hay historiadores trabajando de aquí y de la Facultad de Historia (de la Universidad Michoacana)”, pero todavía sin conclusiones exactas.
De lo que sí hay mayor certeza, dijo, es del
carácter burlesco del torito, las danzas y los personajes que lo acompañan: “era una sátira a los españoles y sus tradiciones, entonces aquí en Estación Queréndaro se trata de mantener la tradición como es”. Para alimentar esta manifestación cultural, externó la funcionaria, los toritos no representan como tal a diferentes barrios, sino que estos son construidos por familias y/o grupos de amigos.
Son ellos quienes mantienen esta costumbre y varias de las leyendas que se han generado en torno a ésta, como una relatada por el señor Isidoro Reyes Maldonado “nuestros padres nos decían que la tradición nació cuando querían matar al niño Jesús, entonces sacaban toritos para que los niños los siguieran y sacrificarlos, pero como el niño dios sabía nunca salió, eso nos decían aunque hay varios relatos y no se conoce cuál es la verdadera historia”.