por Emmanuelle Brío
La turbulencia del amor se hace presente en el libro Pequeños delirios y grandes ausencias, del poeta Rubén Fischer, hijo de padres michoacanos, nacido en CDMX. Nos introduce al libro con un encuentro romántico violento, en el que la obsesión está presente.
La apertura del libro me hace pensar en Margaret Atwood cavilando: “Me pregunto qué hacer contigo, y qué harás tú conmigo”. A Fischer el amante lo desgarra, y él no sabe si matarlo, si adorarle, pero decide permanecer, el poeta escribe:
“…no grito,
quiero matarte
(o amarte)
y no me voy”.
El poeta se mira a sí mismo, desnudo sobre la cama, en una habitación en penumbras en la que, el amado no es efigie. Rosario Castellanos versifica: “Miro morir las tardes tendida en mi cama. Pienso siempre en ti, en esta hora apaciguada y dulce”. Rubén Fischer afirma:
“el silencio muerde los bordes de la cama,
mientras el viento
teme despertar a la noche”.
Clarice Lispector recuerda que “La vida real sólo se alcanza por lo que hay de sueño en la vida real”. Fernando Pessoa afirma que puede no ser nadie, pero en su alma radican todos los sueños del mundo. Fischer se mira a sí mismo, inunda su alma de sueños y escribe:
“absurdo
loco
vagabundo
inundo el alma
de sueños y deseos
y el látigo a cada paso
esta necesidad de estar
de ser”.
Para Octavio Paz es “mejor el crimen, los amantes suicidas, el incesto”, que la cobardía. Fischer busca la realización en el cuerpo del amado:
“Pactar de amor
amándote violento
y señalar el horizonte
en tu saliva”.
El homoerotismo está presente en Pequeños Delirios Grandes Ausencias:
“Yo te descubrí, descubriéndome,
perdiéndote en la tela lisa de mi pantalón de mezclilla”.
Angelina Muñiz-Huberman, en su jardín de la cábala, nos cuenta que aquellos que están atados a un solo sexo son los que hacen la guerra. Y sobre la libertad del amor, Rubén Fischer afirma:
“Los que no saben amar y nunca les será concedido el misterio
siempre tendrán algo bárbaro que decir”.
Este libro se adentra en los menesteres de la cocina, y nos da pistas sobre cómo cocinar a un hombre, llenarlo de especias y alimentarlo para detonar el sabor y los sabores de su carne, escribe:
“te daría de tomar durante muchos días, pequeños tragos de licor de anís, almendras dulces y unas gotitas de jengibre; te pondría en un gran cazo después de hacer el amor”.
Abigael Bohórquez suspira: “Qué dulce hubiera sido en vuestra compañía vivir un tiempo, bañarse juntos en las aguas de una playa caliente”. Fischer tampoco tiene acceso al refugio en el pecho del amado y escribe:
“Cuantas noches
calladas
cargadas de suspiros
Cuántas gotas de mi semen
Derramadas en tu ausencia”.
En Sus brazos labios en mi boca rodando, el poeta Sergio Loo, se cuestionaba, por qué no había podido estar presente en el momento de la muerte de su amado. Al amado del poeta Fischer, lo visita, aquella que nos visita a todos algún día y nos torna polvo; el deseo sexual se ve frustrado, la ternura se ve resquebrajada, el escritor siente ahogo en la garganta:
“sólo eres silencio
busco repetir
y repetir tu nombre
Amado”.
Cristina Pacheco, en El eterno viajero, recuerda que en ausencias de José Emilio, a veces tenía que comprar libros que ya tenían, para no usar los de él, porque usarlos haría para ella, el extrañarlo, algo insoportable. Rubén Fischer, en su duelo, anota:
“que sin ti
ni el Sol ni el aire
ni la casa ni los libros
ni la cama ni el perrito de peluche
tienen sentido”.
Sor Juana, entendiendo la muerte del amado escribe: “sólo el cielo, envidioso, mi esposo me quitó”. Fischer busca refugio reafirmando su fe, versifica:
“Le pido a Dios que me deje verte
oírte
o, al menos, tener la fuerza
el espíritu
de mantener viva la llama de tu recuerdo”.
El tiempo se vuelve inquisitivo para el autor, señala:
“La ventana abierta
se traga la tarde
que grita
como niña
acuchillada”.
El poeta recuerda los milagros del amado:
“cual Rey Midas
con tu poder de seducción
gozaste a chacales y príncipes
a brujas y demonios
a brujas e irredentas
a maestras y maestros
a tus compañeros de escuela
haciéndoles sentirse amados
admirados
seductores
pero todo fue para ti
cual divino egoísta”.
Un libro de Editorial Morvoz, que galopa del deseo homoerótico al duelo, con una poética transparente, que escapa del lenguaje rebuscado que tanto harta, por superficial, a los lectores. Un libro de amor, de salivaciones, de iras, de besos, de vacíos, delirios y ausencias. Un libro que busca el delicado equilibrio entre amor y muerte. No es fácil enterrar a un gato, por eso Elena Garro se despide de su gatita Lola, la reina más pobre, en un poema, con las venas del corazón entre los dedos. No es fácil perder a una madre, o a un padre, ni a un hermano, César Vallejo registra muy bien en su poesía el doloroso momento de la muerte del hermano. El poeta Sergio Loo sana la muerte del amado en los poemas, y por todos los siglos de los siglos cierra la brecha del duelo el verso. En Pequeños delirios y grandes ausencias, el cadáver no es lo único que se puede desmembrar, Rubén Fischer nos da cuenta de la manera en que va remendando su desmembrado espíritu.