Redacción
La
literatura como un puente que une al lector con el escritor, el pasado y el
presente, y que puede superar las barreras de la lengua a través de la
traducción, fue el tema central de la mesa de diálogo “Literaturas que son puentes”, en la III Bienal de Novela Mario
Vargas Llosa, en el Paraninfo Enrique Díaz de León, de la Universidad de
Guadalajara.
La
escritora mexicana Rosa Beltrán, quien moderó el diálogo, destacó que el
lenguaje no es transparente y añadió que “escribir es traducirse a uno mismo y
tender un puente con los lectores”.
Reconoció
al lenguaje como el primer puente que el escritor tiene que trazar y destacó
que los escritores tienden puentes a través de los géneros literarios como la
novela, o mediante el periodismo.
Beltrán
aclaró que los puentes muchas veces tienen que ver con lo imprevisto y el azar,
a veces se conoce el punto de partida, pero no el de llegada. “En ocasiones, el
escritor no sabe cómo va a ser ruido con sus lectores, desconoce el universo
mental de otras personas”, abundó.
La
escritora y periodista Mónica Lavín explicó que la escritura es íntima y
necesita lectores para que tenga sentido. Entre uno y otro pueden tenderse
puentes indelebles, que perduran y provocan resonancias inciertas.
Explicó
que la lectura y la escritura implican
un puente entre dos intimidades. Leer y escribir es un acto íntimo. En el
caso de los lectores, muchas veces sienten que una obra fue escrita para ellos;
son la otra orilla por la cual transitan las palabras, que eran íntimas.
Definió
al cuento como el puente más corto para llegar al lector, en el que nunca se
puede pecar de usar demasiadas palabras; pero en este género no caben todas las
preguntas que son necesarias hacer, y el escritor opta por la novela, que es un
acto de desbordamiento.
Lavín
declaró que los puentes se tienden con los fantasmas, con el pasado, con la
tradición. “Los escritores tienden también puentes con las voces que los
preceden y con los autores que han leído”, agregó.
El
escritor chileno Carlos Franz puso como ejemplo La odisea, del poeta griego
Homero, una obra que sigue siendo leída porque “hay algo extraordinariamente
potente, vivo y fuerte que atraviesa el puente de los siglos y milenios, además
de soportar las traducciones y traiciones que se le han hecho”.
Sugirió
que el escritor enfrenta la posibilidad
de que su obra sea conocida por lectores de otras lenguas y uno de los
mecanismos del lenguaje literario para atravesar esas fronteras es la
traducción. Sin embargo, en ocasiones ésta depende de los criterios de
quien hace ese trabajo y no necesariamente es 100 por ciento fiel al estilo del
escritor.
El
escritor Alberto Chimal reconoció que, a pesar de los puentes, es impredecible
cómo va a resonar una obra en la conciencia de los diferentes lectores, ya que
cada uno la recibirá de acuerdo con sus propias experiencias, inquietudes o de
sus otras lecturas. “De manera que cada obra se convierte en muchas otras a la
hora en que llega a los lectores, lo cual puede ser angustiante pero a la vez
enriquecedor”, señaló.
En
el caso de los lectores estadounidenses de obras literarias escritas en México,
éstas suelen no ser parte de su vida cotidiana, son como de otro tiempo, de
otra dimensión, de lugares que a veces parecen míticos; por lo tanto, no las
abordan de la misma manera.
El
mismo ejemplo puede aplicarse en el caso del filme Coco, que para los mexicanos
puede representar una imagen endulzada o idealizada de ciertos momentos de la
vida diaria, pero que para los norteamericanos es el mito de un país, que en
muchos casos ni conocen, que nunca han visitado y que suele representar para
ellos un espacio atemporal e ideal en el cual suceden muchas cosas.
Fotografía:
Gustavo Alfonzo