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Carta a “No es temporada de flores”

Carta a “No es temporada de flores”
2018-03-08 20:03:41 RedLab Noticias

Por Juan Alberto Malo Larrea Fotografía: Fernando Nila Morelia Michoacán, 25 de febrero 2018 3:00 am Empiezo a escribir esto estando agripado y a medianoche después de haber visto su obra. Seguramente no terminaré ahorita, pero quiero dejar sentadas algunas ideas antes de someterme a los delirios de los sueños agripados. Esto que les comparto es información irrelevante, pero dejarla escrita quizás me ayude mañana cuando corrija el texto a conservar la sensación de la madrugada. Elijo este medio para responder a la pregunta de Valentín  (Orozco, el director) “¿Qué vio?” y al “¿Sí te gustó?” de Claudia (Fragoso, una de las actrices), para no quedarme con las ganas de responder y evitar el cinismo del “luego hablamos” que nunca llega. Prefiero además escribir lo que vi, lo que me pasó, porque en vivo y en directo suelo poner cara de menso y sonreír “quedadoramentebien” como diríamos en mi tierra. Hice algo así como una trampa: días antes del estreno leí el texto de Larissa Torres, texto que tenía pendiente desde hace rato cuando ella me dio permiso de leerlo. Y es que tenía muchas ganas de ver cómo el escrito se llevaba a escena, pero de ese modo sacrifiqué la gracia del espectador desprevenido. Esto influye necesariamente en lo que vi. Lo primerito es que las velas me transportaron inmediatamente a la madrugada. No sólo como signo que nos permite comprender racionalmente el tiempo de la escena, sino y sobre todo, a nivel de sensaciones. En la reseña crítica de Sinestesia Escénica  sobre la obra, se habla de un no-lugar, a mí me parece más bien un no-tiempo, un tiempo circular, mítico, una frontera entre la vigilia y el sueño, entre realidad y fantasía. Pues entiendo “un no-lugar” como un sitio de tránsito, un aeropuerto o una ciudad construida para vacacionistas, pero la casona está bien habitadita por Flora, sus flores y los muertos. (La reseña de referencia es consultable aquí: https://sinestesiaescenica.wordpress.com/2018/02/22/no-es-temporada-de-flores-caae/). Es un sitio con harta identidad (aunque no lo veamos) y con presencias claras, incluso si imagináramos que algunos espectros están sólo de paso. Es el espacio de la memoria. La memoria puede representarse en un no-tiempo, por cuanto se reescribe constantemente el pasado en el tiempo presente, pero me parecería absurdo representarla en un no-lugar porque entonces pierde todo sentido de pertenencia. Por todo esto del no-tiempo, me parece muy inteligente que algunas acciones que están en el texto se narren pero no se nos muestren, o que los momentos de realidad con los de sueño a veces se confundan o que se utilice la convención de que el intérprete vaya y regrese del borde de la escena para señalar las idas y venidas de Alejandra (uno de los personajes) y el paso de los días. Es decir, los recursos me quedaron claros, pues entendí perfectamente la diferencia entre un día y otro, o entre sueño y realidad. Pero a la vez, los propios recursos, al no ser realistas, me permitieron dudar de si Alejandra va y viene, si está soñando, si está despierta, si Flora es Flora o es un perro o es un espectro o es la madre de Alejandra. Los personajes me sembraron dudas del tipo: ¿Estoy viendo ficción o realidad? ¿Estoy muerto o vivo? ¿Soy parte de la ficción? ¿Imagino o estoy viendo la casona, las flores, el agua? ¿Los personajes están despiertos o sueñan, están vivos o muertos? ¿El tiempo pasa o es Alejandra quien sueña con que pasa?, etc. Imagino a los personajes después de la obra, volviendo a empezar una y otra vez, soñando que no se conocen, como un mito que se cuenta recurrentemente para no olvidar, para saber quiénes somos, para sembrar. Sobre los personajes me encantó el contraste entre Doña Flora y el cinismo de Alejandra, cosa que en el texto no me quedó tan claro (no creo que por el texto en sí, sino porque lo leí en el autobús de San Juanito, ese “no-lugar” ruidoso e incómodo que ahora es mi principal espacio de lectura). Sentí a las actrices en un tono diferente entre sí, cosa que me chocó un poco cuando mal vi la primera función. La última vez, en cambio, no me molestó ni poquito. Digamos que en términos de Antonio González Caballero (que es desde donde intento comprender lo que veo) sentí al personaje de Doña Flora en un estilo impresionista-realista (cuerpo y voz más cercanos a lo cotidiano, emociones sutiles, complejas y ambiguas) y al personaje de Alejandra tendiendo más hacia un estilo realista (cuerpo y voz más escénicos, emociones bien delimitadas y claras, transparencia de sus acciones, de sus intenciones y del subtexto). Esto, lejos de ser un problema me gustó porque me parece que le da más fuerza al cinismo- máscara de Alejandra y al misterio de Flora. Además, hacia el final, esta máscara de Alejandra se retira o se relaja, lo que coincide con el gran cambio del personaje. La reseña de Sinestesia Escénica dice (y dale con lo de la reseña) que el texto es contemplativo y que eso, combinado con la penumbra y la ambigüedad de algunas acciones, se vuelve cansino para el espectador. Además de lo subjetiva que es esta afirmación, me parece falsa. ¿Por qué? Podría yo defender la obra y decir que no me cansé ni poquito (pese a la gripe) ni que vi a nadie que se cansara, pero eso sería igual de subjetivo. Lo importante más bien es preguntarse ¿a qué nos referimos con contemplativo? La palabra “contemplativo” se usa mucho, al menos en el cine, para referirse a cintas donde la acción dramática es lenta, sutil, diluida o simplemente inexistente. Aunque es un término de uso común, me parece que no está muy bien definido y puede significar desde una contemplación zen, en la que las sensaciones cobran más importancia que el acontecer narrativo y/o dramático, hasta “lentitud” o incluso “aburrimiento”. Si lo definimos como contemplación zen, ésta no tendría por qué tener a la lentitud como una de sus características y si lo definimos como “lentitud” o “poca acción”, entonces para qué usar el término “contemplativo”. En “El hombre de la cámara” de Vertov, por ejemplo, película contemplativa y anti dramática por naturaleza, abundan la velocidad y el movimiento. Así que el término puede ser claramente contradictorio. Suponemos entonces que la reseña se refiere a “lento y con poca acción dramática”, lo cual nos parece que también es falso. ¿Lento respecto a qué? ¿Poca acción respecto a qué? Lo cierto es que en el texto de Larissa Torres y en la puesta en escena, la acción dramática está presente en todo momento, el conflicto nunca se diluye y la trama siempre está avanzando. ¿Se refiere entonces a que la acción le resultó lenta para su gusto? ¿Qué se debería hacer entonces para que no resulte cansino? ¿Poner más luz, quitar los textos simbólicos y poéticos, deshacerse de los sueños? ¿Meter disparos, una historia de amor, llantos, gritos? Me parece que aquí se pasa por alto lo que dice Dubatti en su Escuela del Espectador: no se puede juzgar algo por lo que no es, es decir, el espectador entrenado asiste a la obra y adapta su mirada ante lo que se le está proponiendo y juzga desde ahí. Caso contrario es como ir a ver una tragedia y a la salida decir: “¡Pero qué mala farsa!”. Tanto al leer el texto como al ver la puesta en escena, me saltaron las referencias tan directas a la realidad mexicana, sobre todo porque en buena parte del texto se maneja más bien lo simbólico. Cosas como mencionar los granadazos, lo de vestir un espantapájaros con ropa del ejército, y otros, no me terminan de gustar. ¿Están mal? No creo, porque tal vez el contexto requiere referencias así de directas. Mi posición, sin embargo, es que también es una opción confiar en los propios símbolos de la obra. Cuestión de gustos supongo. Me saltaron también los textos finales que hablan de la impunidad, de liberar a los muertos, de no callar y de justicia. Me parecen que se usan palabras que están demasiado ligadas a discursos de un activismo político y no sé si eso dirían personajes como Doña Flora y Alejandra. Aunque por otra parte, me parece importantísimo la responsabilidad que asume Alejandra con la memoria de sus muertos. Me saltan las palabras, pero no lo que los personajes dicen. Y para cerrar, me queda resonando el coro de la canción de Fratta que dice “cómo si a mí esta sangre no me hiciese nada”. Como Alejandra, me paro todos los días y salgo a la calle “cómo si a mí esta sangre no me hiciese nada”. Pienso en el bienestar de la Elo y del Vale, en nuestro futuro “cómo si esta sangre no nos hiciese nada”. ¿Cómo no refugiarse ante el miedo, ante el dolor?, ¿Cómo no hacer día a día a un lado lo injusto, para pararse?, ¿Cómo no darle más importancia a la vida de uno, a la de nuestra familia y amigos?, ¿Cómo no practicar el olvido voluntario para no dejarse carcomer por el pensamiento de que estamos completamente vulnerables ante la violencia, el abuso y la estupidez?, ¿Cómo hacerle para responsabilizarse?, ¿Qué muertos son los nuestros?, ¿Qué batallas nos corresponden y cuáles no?, ¿Cuáles son las acciones justas, eficientes, necesarias?. Son preguntas que me quedan rondando por la cabeza y les agradezco mucho por la valentía de provocar eso. Abrazos y mis más sinceras felicitaciones. PD: termino de escribir este texto a las 3 de la mañana, hora del lobo y las brujas.



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