Por Jesús González Mendoza
Foto: Aziz Acharki, tomada de Unsplash
Pienso que Dios no fue gratuito al poner las montañas en el paisaje. Nos dio una forma de acercarnos a él. Si escalamos la cima, nuestros ojos son los mismos con los que Él nos ve. Una vez llenamos la cantimplora de agua y las mochilas de comida y nuestro padre nos llevó al Cerro de Guzmán, nos tomó una mañana llegar a la parte más alta; quizá caí muchas veces, quizá me cansé demasiado… pero ya no recuerdo. No recuerdo el camino, pero sí que vi el pueblo desde lo alto. «Desde aquí se ve el mundo», dije —pero es que en ese tiempo el mundo no era tan grande como ahora.
He tenido libros guardados como si fueran grandes montañas, montañas que exigen más que fe para moverlas. Uno no dice de un día para otro «vamos, lleguemos a los Alpes y gritemos una tontería», no sólo es un capricho: es una meta para la que se necesita prepararse durante años, y partirse algún hueso de vez en cuando. Y no se inicia por el Éverest, hay que subir primero a metas pequeñas para lograrlo; otras veces, también, ya iniciada cuesta arriba, hay que tomar el saco de dormir y regresar para volver otro día con mayor determinación; algunos mueren o no lo logran, otros ni lo intentan. Algún día escalaré el Ulises y me aventaré desde la cima.
Cada nación tiene sus cumbres. Yo podría hablar de Rulfo, de Reyes y del Pico de Orizaba. Además, cada montaña es una leyenda. Se dice que el Pico de Orizaba fue un águila que, en su dolor por la derrota de una amiga, se elevó a lo más alto del cielo y se dejó caer, formando un volcán. El cerro de mi infancia también tiene su leyenda. He oído cosas increíbles de hombres como Homero o Shakespeare. Qué se sentirá, me pregunto —yo, que me lastimé la rodilla con la más breve de las fábulas de Esopo—, llegar a la parte más alta de un país y mirar todo desde ahí. Dicen que desde el Éverest se ve la curvatura de la Tierra. Tampoco sé qué se siente crear montañas a voluntad; tomar la arcilla y, como si fueran hombres, crear cerros, volcanes, cordilleras.
Jesús González Mendoza (Coalcomán, 1994) ha publicado en diversas revistas literarias, como Marabunta, Tierra Adentro de la Secretaría de Cultura y MasCultura de Librerías Gandhi, en periódicos como El Cambio de Michoacán, y en diversas antologías, como Se oyen voces en el pasillo, Un siglo de pura sombra, Motivos de sobra para inquietarse, entre otras. Fue becario del VII Curso de Creación Literaria para Jóvenes en Xalapa de la flm en 2015. Fue finalista en el Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila 2016. Forma parte del comité organizador del Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes Ciudad de Morelia. Fue director del XVI Congreso Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura 2018. Premio Iberoamericano de Poesía Joven Alejandro Aura 2019.