Por
Abdías Martínez
Foto:
cortesía Óscar Rubén Coss García
Llevaste
sobre mi obligo tus alas en estuche,
el
azúcar de los lirios
y
la lámpara que duerme en tus caderas;
las
voces que tú me tocas son el verdor del agua
y
lo que se pierde desde los ojos
concierta
sin miedo desde las ventanas.
El
fruto que tú me implotas
siembra
otras especies a boca llena,
ahí
se consolidó mi respiración,
entre
tu lóbulo y clavícula izquierda.
Ahí
esperé el fulgor de la lámpara
y
lo que se ganó desde las ganas
es
la miel que crece y crece
hasta
endulzar los bordes,
y
aquí sigue,
en
este planeta remendado
que
se aloja tras el esternón,
bajo
llave,
y
sólo la lengua es puerta
y sólo la rompe el agua.
II
Las
voces que tú me tocas
rodaron
hasta acá
con
el fuego esperanzado,
con
el temblor de las manos
y
el nombre de todos los días y sus relámpagos;
yo
he escuchado su bioluminiscencia
respirando
en mi certeza,
yo
he visto el agua
que
inundaba las orillas de sus tierras;
sentí
el temblor de sus ecosistemas
y
el crepitar de sus humedades silvestres;
sentí,
cosido en mi interior,
la
temperatura de su eco
y,
justo en cada réplica,
la
tentación de quedarme ahí
a
ficcionar mis memorias.
III
El
nombre de todos los días
lo
encontré en los trozos
de
tu respiración subacuática,
entre
la humedad de las hojas
y
las muestras de afecto
que
salían, de vez en cuando,
a
tomar luz de la superficie.
Adaptamos
el agua a las circunstancias
de
mi desvergonzada soberbia
y
en tu bosque de espuma
tu
exoesqueleto pirotécnico
abrazó
los frutos en que humedezco
mi
transparente desnudez.
El
tiempo de tu sexo
y
tus labios, que me habitan
los
lugares que desconozco,
fueron
el azul oceánico
y
la navegación más precisa
que
la ruta lumínica de la Vía Láctea.
IV
Humedezco
mi transparente desnudez;
sube
a lo de este bosque
y
aprisiona todos los frutos
que
se desgajan,
una
porción apretujándose
en
sus respiros
y
en su ternura voraz;
abraza
este poema
que
es miel y frutece
y
“ahora y en la hora
de
nuestra muerte”, ten.
V
Es
miel y frutece,
es
un vuelo que comenzó
antes
de tu llegada,
antes
de la humedad tibia y púrpura
de
estas sábanas y tus corolas.
Estas,
nuestra fragilidad y las alas,
comenzaron
con el tacto de musgo blanco
y
las tormentas desde la almohada.
Han
de aglutinarse, desde entonces,
tus
roces como galerías,
relámpagos
subterráneos,
un
asentamiento permanente en tu nido,
dulce
néctar, iridiscente nenúfar
que
se disuelve en la cama.
Respiro
púrpura,
miel
estridente,
frutece
atemporal;
crepito
pausado.
Este
es un vuelo que se estremece lento;
mis
labios se desconocen
de
tu talón izquierdo hasta la espalda,
musitan
la sensibilidad de la fuerza
y
más miel nocturna
que
me desarma.
VI
Antes
de la humedad tibia y púrpura
los
élitros tornasol de mi memoria
fueron
espejos arañados,
se
yuxtaponían a mi verdad
de
lengua verde y dorada;
hoy,
las alas y tus escondrijos
son
mi hábitat que cauteriza.
Contra
los depredadores,
y
sus infamias,
buscamos
la transfiguración de horizontes
y
nuestros propios árboles agujereados,
nuestros
propios vuelos en cuentas regresivas,
las
marañas que nos hacemos
cada
diciembre de escalofrío
y
todos los putos abrazos
que
son fulgurita acumulada.
Antes
de tu resiliencia entrando dondequiera,
antes
del deshielo de tu código genético
en
mis arterias,
de
mis nombres postizos
en
mis paisajes perdidos,
fui
una bestia inmóvil,
ruina
de la luz,
hoy,
me decanto en el fondo
de
una tisana boreal
y
me acaricio cicatriz remendada.
Sobre
el autor
Abdías
Martínez. Suelo desvelarme engarzando mis escurridizos versos,
pájaros hambrientos y veloces que trepidan o se arrastran, en la memoria del
mapa; a veces reverdecen marinos, enracimados entre la ruta, otras veces se
prologan y estremecen con la noche; pero hay veces en que los hay desandando,
desaprendiendo y desanudando el vórtice, trazando lenguas de agua, poniéndose
cómodos, reposando su oreja izquierda en mi pecho como un gato azul infinito.
Me gusta decir cosas a veces y a versos.