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Rodar en la memoria de los escarabajos

Rodar en la memoria de los escarabajos
2024-11-29 15:11:28 RedLab Literatura

Por Abdías Martínez

Foto: cortesía Óscar Rubén Coss García

 

Llevaste sobre mi obligo tus alas en estuche,

el azúcar de los lirios

y la lámpara que duerme en tus caderas;

las voces que tú me tocas son el verdor del agua

y lo que se pierde desde los ojos

concierta sin miedo desde las ventanas.

 

El fruto que tú me implotas

siembra otras especies a boca llena,

ahí se consolidó mi respiración,

entre tu lóbulo y clavícula izquierda.

Ahí esperé el fulgor de la lámpara

y lo que se ganó desde las ganas

es la miel que crece y crece

hasta endulzar los bordes,

y aquí sigue,

en este planeta remendado

que se aloja tras el esternón,

bajo llave,

y sólo la lengua es puerta

y sólo la rompe el agua.          

 

II

Las voces que tú me tocas

rodaron hasta acá

con el fuego esperanzado,

con el temblor de las manos

y el nombre de todos los días y sus relámpagos;

yo he escuchado su bioluminiscencia

respirando en mi certeza,

yo he visto el agua

que inundaba las orillas de sus tierras;

sentí el temblor de sus ecosistemas

y el crepitar de sus humedades silvestres;

sentí, cosido en mi interior,

la temperatura de su eco

y, justo en cada réplica,

la tentación de quedarme ahí

a ficcionar mis memorias.

 

III

El nombre de todos los días

lo encontré en los trozos

de tu respiración subacuática,

entre la humedad de las hojas

y las muestras de afecto

que salían, de vez en cuando,

a tomar luz de la superficie.

 

Adaptamos el agua a las circunstancias

de mi desvergonzada soberbia

y en tu bosque de espuma

tu exoesqueleto pirotécnico

abrazó los frutos en que humedezco

mi transparente desnudez.

 

El tiempo de tu sexo

y tus labios, que me habitan

los lugares que desconozco,

fueron el azul oceánico

y la navegación más precisa

que la ruta lumínica de la Vía Láctea.

 

IV

Humedezco mi transparente desnudez;

sube a lo de este bosque

y aprisiona todos los frutos

que se desgajan,

una porción apretujándose

en sus respiros

y en su ternura voraz;

abraza este poema

que es miel y frutece

y “ahora y en la hora

de nuestra muerte”, ten.

 

V

Es miel y frutece,

es un vuelo que comenzó

antes de tu llegada,

antes de la humedad tibia y púrpura

de estas sábanas y tus corolas.

 

Estas, nuestra fragilidad y las alas,

comenzaron con el tacto de musgo blanco

y las tormentas desde la almohada.

Han de aglutinarse, desde entonces,

tus roces como galerías,

relámpagos subterráneos,

un asentamiento permanente en tu nido,

dulce néctar, iridiscente nenúfar

que se disuelve en la cama.

 

Respiro púrpura,

miel estridente,

frutece atemporal;

crepito pausado.

 

Este es un vuelo que se estremece lento;

mis labios se desconocen

de tu talón izquierdo hasta la espalda,

musitan la sensibilidad de la fuerza

y más miel nocturna

que me desarma.

 

 

VI

Antes de la humedad tibia y púrpura

los élitros tornasol de mi memoria

fueron espejos arañados,

se yuxtaponían a mi verdad

de lengua verde y dorada;

hoy, las alas y tus escondrijos

son mi hábitat que cauteriza.

 

Contra los depredadores,

y sus infamias,

buscamos la transfiguración de horizontes

y nuestros propios árboles agujereados,

nuestros propios vuelos en cuentas regresivas,

las marañas que nos hacemos

cada diciembre de escalofrío

y todos los putos abrazos

que son fulgurita acumulada.

 

Antes de tu resiliencia entrando dondequiera,

antes del deshielo de tu código genético

en mis arterias,

de mis nombres postizos

en mis paisajes perdidos,

fui una bestia inmóvil,

ruina de la luz,

hoy, me decanto en el fondo

de una tisana boreal

y me acaricio cicatriz remendada.

 

 

Sobre el autor

 

Abdías Martínez. Suelo desvelarme engarzando mis escurridizos versos, pájaros hambrientos y veloces que trepidan o se arrastran, en la memoria del mapa; a veces reverdecen marinos, enracimados entre la ruta, otras veces se prologan y estremecen con la noche; pero hay veces en que los hay desandando, desaprendiendo y desanudando el vórtice, trazando lenguas de agua, poniéndose cómodos, reposando su oreja izquierda en mi pecho como un gato azul infinito. Me gusta decir cosas a veces y a versos.

 

  

 

 




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