por
Emmanuelle Brío
Restos,
de Jesús Gonzáles Mendoza, inicia refiriendo a la fe:
"Benditos
aquellos que pueden sacarse los ojos".
El
poemario parte de la violencia entre los hombres. El autor no puede detener la
maldad, es impotente ante la sangre derramada. Sólo le resta al poeta ser un testigo, asombrarse de
lo bello de la tierra y lamentar las matanzas del crimen organizado. El miedo
se hace presente y el narrador mira su muerte en los ojos de los otros:
"Vi
la muerte de todos y con los ojos de todos vi mi propia muerte".
La
muerte es precedida por el ladrido de los perros, tras los ladridos que aterran
al poeta, llega la muerte:
"Si
alguien debe morir morirá".
El
autor imagina los dolores de los habitantes que sufren en su pueblo, y busca
darle voz a estas víctimas de la violencia:
"Guardo
el cuerpo de mi madre en un cajón
todas
las noches lo saco y lo pongo sobre la cama
le
cuento de mi día y le pido que me deje dormir con ella".
Hay
quienes suplican ser salvados:
"y
me lancé de lo más alto esperando que alguien me atrapara"..
El
poeta rememora la inocencia del pueblo que se refugia en las superstición de
Dios y necesita de la fortaleza que la religión le ofrece. El pueblo del poeta
valora la inocencia de la vaca, que no piensa, que no odia ni asesina pero
entiende de matanzas porque mira el descuartizamiento de otras vacas:
"No
hay animales más noble que una vaca
que
incluso son capaces de sentir la gracia de dios".
El
poeta se lamenta por los asesinados en manos del narcotráfico y nos cuenta lo
normal que es la violencia en su pueblo, Calcomán, al sur de Michoacán:
"Era
un aguacatero degollado que no cumplió con el diezmo del narco".
Después
de la introducción narrativa, nos describe las muertes poéticamente:
"un
hombre despedazado
suele
ser hermoso
no
tendría ningún problema con él
si
me dejará dormir
no
lo saco de la habitación
porque
sé que también
me
llegará el momento
de
estar debajo de otra cama".
El
poeta recuerda que tiene suerte de haber sobrevivido al los matones del narco,
lamenta que no exista castigo para los asesinos, cuestiona la fe en Dios de un
pueblo formado por mortales, y llega un momento en el que nos revela su miedo:
"Soy
un fantasma
y
tengo miedo
dicen
que
del otro lado de la puerta hay un muerto".
El
poeta no ve salvación para su pueblo, que seguirá reproduciéndose y traerá
nuevas generaciones a sufrir:
"los
puercos nacerán
en
el matadero".
El
poeta hace una estampa del fin de la inocencia al aplicar la eutanasia con sus
propias manos a un perro que sufría. El poeta descansa y teme despertar un día
con los ojos arrancados.
La
última parte del poemario está dedicada a las dificultades de la pobreza, y
presenta el tema con un epígrafe de Rulfo. El poeta denuncia muchísima pobreza
que hace a la gente "no pensar", que hace a la gente cerrar los ojos.
Quizá así, cuando la gente no piensa por el hambre se Iguala a las vacas que en
la primer parte aparecen, que no piensan pero sí entienden de otras vacas
descuartizadas.
El
pueblo que nos presenta el libro está sometido a las supersticiones religiosas
y a la miseria económica, al hambre, a la ignorancia; un pueblo que prefiere
cerrar los ojos y no pensar, un pueblo que vive con el terror de ser asesinado
cualquier día en manos del crimen organizado. El poeta denuncia el hambre de su
tierra, a la que los hombres no pueden acostumbrarse, y por la cuál no pueden
pensar; no pensar los convierte en seres incompletos.
Los
lectores podemos preguntarnos: ¿se puede por esa misma hambre justificar a los
saqueadores del crimen organizado que robaron y asesinaron para salir de la
pobreza? Dado que dentro de la lógca del libro, los saqueadores asesinos tampoco piensan, al ser víctimas del hambre, ¿cómo
podrían dicernir la bondad y la maldad
de sus acciones, si son simples victimas de la miseria? ¿La misma miseria que
hace a la gente no pensar los lleva a saquear?
El
libro se despide de los lectores regalándonos bellos pájaros y con el autor
intentando retener la imagen bella.