Texto Emmanuelle Brío*
En la novela «La hermana» de Sándor Márai, una monja asiste a enfermos de situación grave
que sufren dolores irremediables y son atendidos con morfina como remedio, esta
monja, pone fin al sufrimiento de los hombres provocándoles la muerte con una
sobredosis de morfina. Una muerte tranquila, digna, dulce, pues la monja de
Márai no acepta que la gente sufra antes de morir. En la vida real, el autor
húngaro, mientras pasa en Estados Unidos sus últimos años de vida, escribe un
diario que nos permite comprender su visión ante la muerte. Él, asiste a su
esposa Ileona durante el fin de sus días, la mira sufrir, la ve perder la
memoria, la belleza y cada vez alejarse más de sí misma. Sufre cuando la muerte
alcanza a Ileona pero también comprende que eso ha sido lo mejor para ella,
pues la vida que llevaba ya no era digna de ningún humano. No sé qué tipo de
hombre soy, pero si tuviera que elegir entre ser la monja de Márai o el
espectador de la tortura de mis seres queridos, preferiría, por mucho, ser la
monja.
Márai describe lo absurdo que es tratar de vencer a la naturaleza
y prolongar la vida cuando la vida ya no es ni sombra de sí. Es viejo, recorrer
una calle caminando puede llevarle media hora, mientras en su juventud podía
hacerlo en sólo cinco minutos, lamenta. Está harto de luchar, está harto de los
médicos y se reprocha a sí mismo haber enterrado a todas las personas que amó.
No se siente orgulloso de ser un sobreviviente y se ha cansado de su mala
condición física. El 21 de Enero de 1989 decide terminar con su sufrimiento
dándose un tiro en la cabeza. Herta Müller, en «El rey se inclina y mata», asegura
que cuando alguien se suicida está dándonos su opinión del mundo.
Para Virginia Woolf, el suicidio, una vez que no resistió su
enfermedad, fue el triunfo de la voluntad humana ante el mal que la atormentó «si muriera ahora sería extremadamente feliz», asegura a
través de su personaje Clarisa Dalloway. Si un
hombre, incluso un intelectual como Márai, o una mujer, intelectual como Woolf,
ante la imposibilidad de curar sus enfermedades deciden suicidarse, no hay
manera de frenarlos. Wislawa Szymborska, en su poema «La habitación del suicida», afirma
que el suicida no tiene por qué darnos explicaciones. Si un ser humano,
cualquiera, se encuentra en la recta final de la vida, la enfermedad lo ha
despojado de su dignidad humana y además lo atormenta con dolores terribles,
cuando ya no hay cura para su mal, habrá dos posibles respuestas, la primera
será aguantar el sufrimiento religiosamente, y la segunda será revelarse a ese
destino decidiendo terminar con su propia vida como lo han hecho muchos.
Si la eutanasia es admitida en nuestra sociedad, el individuo de
la segunda respuesta humana podrá pedir apoyo médico para tener una muerte lo
menos violenta posible, pero si la eutanasia le es negada siempre podrá escapar
a su manera: como Sándor Márai con
revólver, como Virginia Woolf con el abrigo lleno de piedras en Sussex, como
Paul Celan lanzándose al Sena, como Primo Levi arrojándose de una escalera y volviendo
al revólver recordemos a Quiroga. Quien desee terminar con su vida lo hará ¿Por
qué arrojar al hombre a una muerte brutal cuando podría tener una muerte
asistida y libre de violencia? ¿Acaso preferimos que un hombre o una mujer se
violenten a sí mismos que brindarles el apoyo para terminar con su mal? ¿Acaso
la enfermedad incurable y los dolores infinitos merecen el castigo de no tener
otra salida que el suicidio? Si se considera esto, la eutanasia resulta una
alternativa para combatir la violencia misma.
En Ana Karenina de Tolstói, el caballo del conde Vronsky tiene una
caída y queda gravemente herido, el conde lo mira a los ojos, piensa en el gran
compañero que el caballo ha sido, ve el dolor en el iris del corcel, lo
desgarra la tristeza de un lenguaje sin palabras, y para salvar a su caballo le
da un tiro en la cabeza.
Cuando un gato, o un perro tienen condiciones de vida deplorables
a causa de una enfermedad sin cura, es perfectamente legal llevarlos a una
veterinaria y solicitar una inyección letal para terminar con su dolor. ¿Es nuestra doble moral tan insensata para
admitir cuando un animal sufre y aceptar salvarlo con la muerte, mientras que
si es un ser humano quien sufre la tortura preferimos mirarlo aguantar el dolor
hasta el último momento, como si se tratará de un espectáculo? ¿Acaso somos
amantes del melodrama?
Nadie puede quitarnos el derecho a elegir. Una persona harta del malestar físico, sin
ánimos para seguir viviendo o luchando una batalla perdida, si desea morir
siempre tendrá un revólver, un cuchillo, un lago, un puente o algún veneno al
alcance de la mano, si así lo desea.
Nadie puede ir contra la voluntad individual del hombre, aunque nos
desagrade, si alguien desea frenar su sufrimiento, lo que está haciendo es usar
su «derecho fundamental» a
decidir. La RAE, define como derecho fundamental aquel que nos garantiza
conservar nuestra dignidad humana. Orillar a una persona a suicidarse
violentamente al negarle la posibilidad de escapar de una enfermedad incurable
y querer convertir su sufrimiento en un mórbido espectáculo ¿no es acaso querer
arrebatarle la dignidad humana?
Si la eutanasia no se considera un derecho fundamental al
salvarnos de la violencia y permitirnos conservar la dignidad, no sé qué es lo
que merece la pena considerarse un derecho fundamental.
* Emmanuelle Brío (Ciudad de México , 1984).
Ha tomado talleres de poesía con María Cruz, Jaime Augusto Shelley, Raquel Olvera, Pedro Pablo Martínez y Margarita Vázquez Días. Tomó talleres de cuento con Álvaro Soto, Miriam Laurini y Paloma de Lille. Actualmente radica en Morelia. Poemas suyos aparecen en las antologías Afuera : arca poética de la diversidad sexual, Estado de México, Diablura ediciones, 2016 y en El otro lado del silencio, Secretaria de Cultura, Ciudad de México, 2008. Escribió el texto 'Las habitaciones de Santiago', para el catálogo de pintura 'Las consecuencias' de Santiago Bucio (CONACULTA 2015). Ha publicado poemas en el diario impreso El Sol de Morelia y en las revistas digitales Heptagrama, Seis Mil 83 y La liebre de fuego y La mazorka. En 2010 obtuvo el Primer lugar del V Certamen Literario José Arrese, en la categoría Poesía y en 2011 Primer Premio de Poesía de la revista digital Heptagrama, Perú.