Luis
Gabino Alzati
Ciudad
de México, a 12 de febrero de 2019.- Para cientos de miles de mexicanos, Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” es un héroe,
para otros tantos, un criminal... corrijo, no uno más, sino “él criminal”: la personificación del mal
y la mente siniestra detrás del crecimiento y consolidación de crimen
organizado en México.
Roberto
Saviano escribió hace años, con motivo de la primera detención del capo
sinaloense tras su fuga en 2001, que si la industria de la criminalidad a la
que pertenece Guzmán Loera fuera legal -y de la cual obtuvo millonarias
ganancias- no consideraríamos que es un delincuente sino un exitoso hombre de
negocios, algo así como el “Steve Jobs de la coca” (La Reppublica, 24 de
febrero de 2014).
Recién
concluido el juicio donde se le declaró
culpable de 10 delitos que lo tendrán en presión presumiblemente por el
resto de sus días, Joaquín Guzmán Loera es la figura más emblemática y
contradictoria del universo del narcotráfico moderno.
Venerado,
querido, legendario, su figura ha sido
ensalzada por sus seguidores gracias a una poderosa maquinaria de propaganda que
se erigió en torno suyo como un poderoso e implacable criminal, casi
invencible; pero también como un hombre sencillo, sensible y solidario con su
pueblo.
Está
bifrontalidad se debe en mucho a los
medios de comunicación que han construido el perfil del capo con base en
historias, relatos y algunos datos de su biografía criminal. El Chapo que
conocemos tiene rostro de Joaquín Guzmán, pero también de Mauricio Ochmann o de
Marco de la O. La realidad se mimetiza con la ficción, la vida se confunde con
la trama de una serie de televisión, los hechos documentados por periodistas
adquieren otro significado con una voz en off que los relata y nos advierte que
al final no hay finales felices.
No
es de mi interés jugar a las conspiraciones, pero al analizar detenidamente los
hechos, me quedan algunas dudas: lo que
se ha documentado ¿es real o fue sembrado para construir una realidad
conveniente para alguien? ¿Quién válida esta versión de la historia narrada
por los guionistas y las casas productoras? ¿Hasta dónde es permisible está glamourización del crimen organizado
que hace más amable y empática la actividad criminal al criterio y gusto de las
audiencias?
El
juicio del siglo concluyó. Pero el juicio de la historia aún está lejos de
dictarse. Y quién sabe, quizá aún quede una fuga por verse.
Sobre
la justicia, en este país aún faltan muchos agravios que reparar para hablar
siquiera de ello.
*Autor
del libro De sicarios y juglares, análisis del narcocorrido en México.