Luis Gabino Alzati
Netflix retoma esta joya cinematográfica de Ken Loach, quien de manera sencilla y emotiva nos adentra en la vida de Daniel Blake, un adulto desempleado por discapacidad que se enfrenta a la burocracia que ha convertido a los sistemas de pensiones y subvenciones estatales en un laberinto kafkiano que desciende por los infiernos de La Comedia de Dante.
El cine se trata básicamente de contar historias, al margen del género, el reparto o los recursos de producción, no porque sean secundarios, pero el guion sustenta la historia. Y la que nos trae Ken Loach de la mano de Paul Laverty es cruda, no apta para quienes padecen depresión por el aislamiento.
I, Daniel Blake expone sin filtros, sin efectos ni sobre actuación la crueldad de la indiferencia en un sistema que busca desgastar a quienes lo sustentan, una burla al pacto social que, de tan cínica, es absurda.
Desmoralizar, mermar el espíritu y quebrar la voluntad de quienes piden lo justo, ni más ni menos, un trato humano, digno, algo que parecer los burócratas y las corporaciones que han acaparado la prestación de servicios públicos ven como una amenaza a su rentabilidad.
Pero I, Daniel Blake lo denuncia con la paciencia de un artesano que pule una pieza para dotarla de belleza. No parece casual que el oficio de Daniel sea la carpintería, en un mundo que opta por el consumo y el desecho.
Y en el camino encuentra el cariño y el amor de una amistad que al encararse con la incertidumbre y la desesperanza es sincera y sin pretensiones.
Al final Daniel es parte de ese mundo que muere de inanición y menosprecio mientras en alguna parte del planeta unos pocos ven crecer sus cuentas bancarias.
I, Daniel Blake (2016) es una colaboración más entre Ken Loach y el guionista Paul Laverty, que les valió su segunda Palma de Oro en Cannes, la primera la obtuvieron con El viento que agita la cebada (2006).